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La revolución de 1830

Publicado por Pedro

La Libertad guiando al puebloLa derrota de Napoleón Bonaparte en los campos de batalla de Europa contra las monarquías absolutistas y la celebración del Congreso de Viena (1814-1815) parecían haber detenido la difusión de las ideas liberales procedentes de la Francia Revolucionaria. Pero en la tercera década del siglo XIX, sólo quince años después de la reunión internacional, los movimientos revolucionarios que permanecían latentes en los territorios del viejo continente volverían a aflorar y a enfrentarse a la Europa de la Restauración.

La Revolución de 1830 es un ciclo revolucionario que se inicia en Francia con la llamada Revolución de Julio inaugurando el reinado de Luis Felipe I de Francia que gobierna entre 1830 a 1848. El estallido revolucionario se difunde rápidamente por gran parte del continente europeo entre los territorios de Bélgica, Alemania, Polonia, Imperio Austríaco, Polonia e Italia.

El balance final de la Revolución de 1830 para la causa liberal fue variable puesto que La Santa Alianza, creada tras el Congreso de Viena, logró resistir los envites de los revolucionarios hasta el nuevo ciclo de 1848 y los resultados palpables sólo pudieron apreciarse principalmente en Francia y Bélgica.

Los movimientos revolucionarios estuvieron encabezados por minorías que se resguardaban dentro de asociaciones secretas como la Francmasonería, originada en Inglaterra en 1717 y difundida por la mayor parte de Europa y los carbonarios, éstos últimos con mayor presencia en las zonas de Italia. Dado el duro control policial y la censura de prensa establecido por las potencias vencedoras en 1815, las sociedades secretas sirvieron a la causa de las tendencias antiabsolutistas y liberales jugando un papel de primer orden en todo este proceso.

El inicio de este nuevo período revolucionario se inicia en Francia durante la denominada Revolución de Julio y que hizo posible la llegada al trono a Luis Felipe I de Francia (1773-1850), convirtiéndose en el último monarca francés. El detonante fue una revuelta promovida por la clase media burguesa con ayuda de sectores populares ante las cuatro ordenanzas de julio promovidas por Carlos X, que acababan con la libertad de prensa, disolvía la cámara de diputados, aumentaba temporalmente el cargo de éstos y reducía significativamente su número. Estas medidas significaban un retroceso respecto a los primeros años del reinado de su hermano Luis XVIII el cual había sido aceptado por la mayoría de los franceses. En los momentos previos a los tumultos, el parlamento disponía de una gran mayoría de liberales moderados y podía comportar en cierta manera la ruptura de los planteamientos políticos de la Restauración.

Ante esta situación los parisinos se lanzaron a la calles forzando al monarca Carlos X a exiliarse una vez el ejército real fue derrotado. Como consecuencia de ello, se redactó una constitución más liberal. Esta constitución reconocía otra vez la soberanía nacional y el rey dejaba de serlo por derecho divino y pasaba a serlo por voluntad de los ciudadanos franceses.

La expansión del período revolucionario de 1830 afectó a otros países en mayor o menor intensidad quedando Inglaterra prácticamente al margen puesto que este país ya había alcanzado con anterioridad una monarquía parlamentaria.

En España se produjeron conflictos entre liberales y absolutistas motivados por el conflicto dinástico derivado por la muerte del rey Fernando VIII, contemporáneo a la emancipación de las colonias de América, y que dará lugar al período de las Guerras Carlistas. En estos conflictos los partidarios de Carlos V, hermano de Fernando VII y partidarios del absolutismo monárquico, se enfrentarán en tres contiendas civiles a los liberales moderados representados por la hija de Fernando VII, Isabel II en esos años todavía una niña.

Por otro lado, Bélgica logró la independencia del Reino Unido de los Países Bajos al que pertenecía desde 1815 cuando en el Congreso de Viena lo incorporó a este reino como un estado “tapón” para frenar eventuales políticas expansionistas del Reino de Francia después de la derrota de Napoleón. En Bélgica se instauró un sistema político liberal en forma de monarquía parlamentaria.

En el caso de Polonia, pese a unos inicios prometedores para los partidarios de la causa nacionalista y liberal, la revolución fue sofocada drásticamente por el zar Nicolás I al carecer aquellos de apoyos externos.

En países como Alemania e Italia, en los cuales se extendían los ideales liberales junto a los nacionalistas que abogaban por la unificación de sus territorios, no hubo éxito. En Italia se producen algunos conatos en Módena, los Estados Pontificios y Parma que fueron reprimidos contundentemente por el canciller austriaco Klemens von Metternich, el principal promotor del Congreso de Viena y de la Europa de la Restauración.

En el caso alemán los alzamientos estuvieron dirigidos por estudiantes pero también tuvieron como resultado el fracaso. Sin embargo, tanto para Italia como para Alemania la Revolución de 1830 será el primero de los episodios que conducirá a estas futuras naciones a la unificación nacional en las décadas siguientes.