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Los Hashashins y el Viejo de la Montaña

Publicado por Joaquín

Hasa As-Sabbab, el Viejo de la MontañaPocas organizaciones han existido en la historia que hayan generado tantas leyendas como la de los Hashashins, florecientes en Oriente Medio durante la época tumultuosa de las cruzadas. Igualmente, su fundador, Hasan As- Sabbah, llamado el Viejo de la Montaña, se ha convertido en un personaje mítico.

Los Hashashin, también conocidos por le nombre de nazaríes, eran una secta nacida en el seno del Islam chií. El nombre se dice que proviene de la palabra hachís, ya que una de las teorías que se cuentan sobre como controlaban a sus adeptos es la de convertirlos en adictos a esta sustancia. Especialmente interesante, aunque indemostrable históricamente por mucho que Marco Polo hablara de ellos en su libro de viajes, es el método que utilizaban para convertir a sus hombres en asesinos sin escrúpulos (de hecho, nuestra palabra asesino proviene, precisamente, de Hashashin, tal es la fama que se ganaron con sus actuaciones). Se cuenta que secuestraban al futuro acólito y lo llevaban a la fortaleza de Alamut, su sede central. Allí vivían a cuerpo de rey durante una temporada: mujeres, hachís, sirvientes… Después se le encargaba la misión correspondiente, prometiéndoles que, ya sea por su muerte como mártir o por su éxito, volverían a ese paraíso. No hace falta decir que la artimaña surtía efecto.

Pero ¿quienes eran en realidad? ¿cómo y por qué aparecieron?. Todo empezó en el año 1071, cuando Hasan As-Sabbah, un persa seguidor del chiismo, ve como su anteriormente hegemónica rama del Islam, es desplazada en todo Oriente Medio por el sunnismo. Culto, refinado y con grandes dotes de liderazgo, As-Sabbah no se resigna y marcha al centro neurálgico de lo que quedaba del mundo chií, El Cairo. En esa época El Cairo era la capital de los fatimíes, aunque entraba en franca decadencia. Esto es aprovechado por As-Sabbah que, en pocos años, promueve una revuelta para regenerar el sultanato, apoyado por el propio hijo del Sultán, Nizar. Su plan no era solo que el chiismo volviera a florecer en Egipto, sino que desde allí se expandiera por todos los países limítrofes.

Para ello As-Sabbah marcha al mismo corazón del Imperio Selyúcida, en la actual Siria, y consigue establecer una cabeza de puente al conquistar la legendaria Alamut, la fortaleza donde funda y desde la que dirigiría todas las acciones de sus Hashashins. Corría entonces el año 1090 y As-Sabbah crea la más eficiente organización religioso-militar de la época.

Los Hashashins estaban totalmente jerarquizados, desde los novicios hasta el gran maestre. Se hacía gran hincapié en el adiestramiento militar junto a un adoctrinamiento absoluto, que hacía a los adeptos totalmente fieles a la secta.

Su modo habitual de actuación es el asesinato. Solos o en pequeños grupos, los Asesinos eran capaces de infiltrarse en cualquier ciudad hasta acercarse al objeto de su crimen. Sin miedo a la muerte y con querencia a ejecutar a su victima en público (Sabbah no buscaba solo la eliminación física del adversario, sino crear un estado de miedo general. Fue, en el sentido etimológico de la palabra, un precursor del terrorismo), fueron casi infalibles.

De hecho su bautismo tuvo lugar tan solo un año después de su fundación. Y con una víctima de renombre: Nizzam Al Mulk, un Visir que había sido el artífice de la creación del Imperio Selyúcida.

Sin embargo, mientras la parte del plan que correspondía ejecutar a As- Sabbah era llevado de manera brillante, no se puede decir lo mismo de sus cómplices de El Cairo. Allí, el golpe que intentó dar Nizar contra su padre y hermanos, es un completo fracaso y el Viejo de la Montaña, sobrenombre de As-Sabbah, debe aplazar sus planes.

Los Hashashins continúan haciéndose fuertes en Siria, en espera de tiempos mejores para poder hacer renacer el estado chií. Se infiltra en las grandes ciudades y se dedican al asesinato político con gran éxito. Llegan, mediante un miembro de la secta que consigue acceder al gabinete del gobierno del Imperio, a controlar buena parte de sus decisiones. Por desgracia para ellos, buena parte de la corte y del pueblo los detesta, entre otras cosas por sus simpatías por los cruzados. Porque, aunque parezca extraño en unos fieles chiies, su odio hacia los sunnitas había hecho que se relacionaran con los cristianos que venían a conquistarlos. De hecho, preferían a estos antes que a sus enemigos de religión en muchas ocasiones. Esto hace que en 1113, la población harta, emprenda una auténtica matanza en las calles de Alepo, donde caen más de 200 simpatizantes de la secta.

Esto no es óbice para que los Asesino continúen con su creación de una red de influencias en toda la región, incluso tras la muerte de su líder. As-Sabbah muere en 1124. Sus sucesores no fueron menos inflexibles que él, aunque, curiosamente, no en lo religioso. Es cierto que pertenecían a una rama, el ismailismo, que era incluso minoritaria dentro del chiismo, pero en algunos aspectos hacen gala de una heterodoxia sorprendente. Por esto los sunnitas los toman por herejes, llamándolos baitinis (esotéricos), ya que consideran que lo importante no es la forma de comportarse, sino los mensajes ocultos en el Corán.

Continuando con la historia, quizás el momento más alto de este movimiento llega cuando consiguen que el visir de Damasco sea uno de sus fieles. Es una época en la que nadie se atreve a hablar en público contra ellos. En el 1124 han conseguido asesinar al mismo Señor de Alepo y Mosul y, un mes después, a su hijo.

En Damasco el visir está solo a la espera de la muerte del gobernante, el Ataberg, para dar un golpe de gracia al Islam sunni: entregar la ciudad a los cruzados. Sin embargo, el hijo del debilitado Ataberg se adelanta y, en una emboscada, acaba con el visir hashashin. La ciudad se levanta contra los Asesinos y se produce una gran matanza.

Los supervivientes marchan a Palestina, protegidos por el Rey Balduino II. Sin embargo, no olvidan y su venganza es llevada a cabo cuando atentan contra la vida del hijo del Ataberg, que muere poco después.

En una lenta decadencia también intentaron asesinar al que sería héroe del Islam frente a los cruzados, al unificador del Imperio desde Egipto a Persia, Saladino. Cuenta la leyenda que este intentó tomar la fortaleza de Alamut, sin conseguirlo. Algunos relatan que el mismo jefe de la secta se coló en su tienda de campaña dejándole un alimento envenenado y una nota: “estas en nuestras manos”. Sea por lo que sea, lo cierto es que Saladino retiró el asedio e intentó llevarse bien con ellos.

A partir de ahí, a pesar de seguir manteniendo Alamut y cierta influencia, lo cierto es que perdieron capacidad. Su meta de revivir un imperio chií estaba fuera de su alcance y tan solo podías aspirar a sobrevivir aterrorizando a algunos políticos.

Dos enemigo poderosos fueron los que acabaron de una vez con ellos: los mamelucos, que habían tomado el poder en Egipto ya en la segunda mitad del S. XIII y los mongoles. Los primeros, dirigidos por Baybars, consiguieron tomar sus últimas fortalezas y los segundos acabaron diezmándolos en su larga marcha hacia la conquista de todo Oriente Medio, tomando la histórica y legendaria Alamut.