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El Imperio Bizantino

Publicado por Hilda

El Imperio BizantinoA la muerte de Teodosio I, en el año 395, el Imperio Romano, por razones administrativas, dada la enorme extensión de su territorio que lo convertía en ingobernable, fue definitivamente dividido en dos partes, la oriental y la occidental.

El Imperio Romano de Oriente o bizantino, que comprendía la península balcánica, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto, único sobreviviente tras la caída Occidental del imperio en manos de los bárbaros en el año 476, a través de sus gobernantes, se propuso reconquistar la grandeza perdida, con la recuperación del territorio occidental.

En este contexto, el Imperio Bizantino se convirtió en un baluarte de la civilización durante la Edad Media. A pesar de las constantes amenazas y asedios, el imperio logró mantenerse en pie gracias a su fuerte estructura administrativa y militar, así como a su economía próspera.

El oriente pudo sobrevivir, merced a la posición estratégica y privilegiada de Constantinopla, su capital, poderosa y amurallada, fundada sobre la colonia griega de Bizancio, por el emperador Constantino. Su majestuosidad y su imponencia mostraban grandes palacios y edificios públicos, iglesias colosales, teatros, acueductos, anchas avenidas y baños públicos, lo que la convertían en centro de admiración y codicia entre los pueblos medievales.

El nombre de bizantino simboliza el triunfo de la cultura griega, sobre todo a través del idioma griego, que se impuso sobre el latín, y por ese motivo Bizancio no pudo ser totalmente reemplazada.

Esa ciudad era el centro comercial de valiosos productos que circulaban entre el Mar Negro y el mediterráneo, posibilitando el intercambio entre Europa, Asia y África. Además, la ciudad se convirtió en un importante centro de aprendizaje y cultura, donde se preservaron y tradujeron antiguos textos griegos y latinos, contribuyendo a la preservación del conocimiento clásico.

Se importaban sedas, perlas y especias de China, Mesopotamia e India. De Siria y Persia ingresaban telas y tapices, de África, oro y marfil y de Rusia, pieles y miel. Se exportaban artesanías y fundamentalmente sedas. Como moneda utilizaban el besante o bizantino, hecha de oro.

Culturalmente era notable la influencia helenística, aunque con aportes romanos, cristianos y orientales. El arte bizantino, por ejemplo, se caracterizó por su rica iconografía y su uso de mosaicos dorados, que se pueden ver en iglesias y palacios de todo el imperio.

Constantino elegido por sus tropas para ocupar el poder, adoptó poco antes de su muerte la religión cristiana como religión oficial del Imperio Romano para lograr su unidad. Esta decisión fue clave para la expansión y consolidación del cristianismo en Europa y el Medio Oriente.

El mundo cristiano se dividía entre los arrianos, considerados herejes por la iglesia y los seguidores de ésta. Sus diferencias trataron de resolverse en el concilio de Nicea (año 325).

En el año 527, asumió el poder el que sería el más brillante de sus emperadores: Justiniano, quien se propuso reunificar el imperio bajo su autoridad. Justiniano también es conocido por su patrocinio de las artes y la arquitectura, siendo el más famoso ejemplo la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla.

Dada la carencia de uniformidad legislativa, ordenó su compilación, culminando la obra codificadora iniciada en el siglo IV.

La sanción del Corpus Iuris Civilis, obra ciclópea que recopilaba el derecho vigente, lo coloca como el padre del derecho de numerosos estados europeos, sobre los que ejerció su influencia. Comprendía el Código, recopilación de leyes, el Digesto o Pandectas, recopilación de Iura, que eran las opiniones de juristas romanos, las Institutas, manual de Derecho destinada a estudiantes y las Novelas, con normas posteriores a la sanción del Código.

Reorganizó el Estado, y creó un sistema eficiente tributario y militar. Colocó la iglesia bajo su dominio (cesaropapismo) y se convirtió en un monarca teocrático.

Construyó en Constantinopla la imponente iglesia de Santa Sofía y los mosaicos de Rabena, en Italia.

Con el objetivo de reconquistar el imperio occidental, selló la paz con Persia, cuyo general, Belisario, tomó el norte de África, Córcega, Cerdeña y las Islas Baleares, ocupado por los vándalos, arrebató Italia a los ostrogodos y despojó a los visigodos del suroeste de España.

A la muerte de Justiniano, todas las posesiones readquiridas fueron nuevamente perdidas, a manos de los lombardos, los visigodos, los eslavos y posteriormente de los árabes, los ávaros, los búlgaros, para culminar con la invasión de los turcos que pusieron fin al Imperio Bizantino en el año 1453. A pesar de su caída, el legado del Imperio Bizantino perdura hasta hoy, en la forma de la Iglesia Ortodoxa, la ley civil y la preservación de la antigua literatura y filosofía griega.