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George Washington durante la Guerra de la Independencia

Publicado por Pablo

George WashingtonLa Guerra de la Independencia fue un conflicto largo, que duró ocho años y medio. Fue además una guerra de desgaste y agotamiento, y éste factor –que finalmente daría la victoria a las colonias- fue mucho más tenido en cuenta del lado continental que del británico. El Congreso Continental se la planteó, de hecho, y desde sus inicios, como una guerra de resistencia. La cuestión era, ¿podrían los norteamericanos resistir la cantidad suficiente de tiempo, manteniendo en el campo de batalla un ejército con el poder de fuego necesario para desgastar y finalmente destruir la voluntad de los ingleses?

Hay que tener en cuenta, para entender el desarrollo y las consecuencias de la misma, que el conflicto nació de un conflicto de intereses en base a los impuestos cada vez más altos con que Inglaterra gravaba a sus colonias. No partió de una voluntad de independencia por parte de éstas, sino que, más bien, el curso de la guerra y las discusiones formadas en torno a ella aceleró de manera fundamental la toma de conciencia nacional y unitaria de las trece colonias. Para Inglaterra, en cambio, se trataba de una guerra colonial, y ni sus gobernantes ni su opinión pública le prestaron demasiada atención. El conflicto provocó un impacto sorprendentemente pequeño en la prensa, la literatura y la correspondencia. No hubo grandes manifestaciones ni a favor ni en contra de la misma. Los ingleses, al contrario que los norteamericanos, eran indiferentes a su desarrollo. Fue, en cierto sentido, la primera guerra de liberación.

Atendiendo a este panorama, los americanos acertaron de pleno al elegir a su comandante en jefe, George Washington. Por su temperamento y su capacidad, Washington era el hombre ideal para este tipo de campaña. Sin ser un gran líder en el campo de batalla –peleó en nueve batallas y perdió en seis-, era un fabuloso estratega que, además, comprendió su tarea maravillosamente bien. Su objetivo era formar un ejército y mantenerlo, sea como fuere, en el campo de batalla durante el mayor tiempo posible, abastecerlo y financiarlo.

Gracias a su eficacia, permitió que Norteamérica resistiera ocho años luchando contra una de las mayores potencias mundiales. Y, sobre todo, permitió que el Congreso siguiera funcionando y, en ese tiempo, consiguiera conformar definitivamente la nación norteamericana, una nación que maduró de manera formidable durante el curso de la guerra. Se siguieron recaudando impuestos, las magistraturas siguieron funcionando, las cortes de justicia celebraron sus juicios, las legislaturas gobernaron, y los gobiernos de los estados siguieron trabajando. Gracias a todo ello, los británicos nunca se enfrentaron a un mero grupo de rebeldes organizados como una guerrilla, sino contra una nación unida en torno a un objetivo.

Además, el propio Washington tuvo a bien realizar una actuación militar impoluta que incluso sus enemigos le reconocieron: jamás realizó nada mezquino, cruel o vengativo. Se comportó como un caballero, dándole más lustre al ejército continental y avergonzando a muchos generales británicos. Todo ello a pesar de contar con pocos recursos –nunca superó los 60.000 hombres- de armas, municiones, cañones, transportes, ropa y dinero. En cierto sentido, Washington supo hacer de la necesidad virtud, obteniendo lo suficiente para seguir adelante y administrándolo de una forma excelente.