Población e inmigración en las 13 colonias norteamericanas
Una oleada de expansión transformó gravemente las colonias inglesas de Norteamérica entre 1700 y 1763. El área colonizada se duplicó, y la población no dejó de crecer hasta que al final del período se había multiplicado por ocho. Alcanzó aproximadamente los dos millones de personas, o lo que es lo mismo, casi un tercio de la población que habitaba en Inglaterra y Gales.
A la vez que lo hacía el número de inmigrantes, cambiaba de forma radical el carácter de la inmigración y, con ella, la composición étnica de la población colonial. Surgieron nuevos retos, problemas y desafíos, pero se puede decir sin miedo a equivocarse que, al concluir la Guerra de los Siete Años, existía ya, plenamente consolidad, una sociedad colonial consciente de sí misma. Asimismo, la economía de las colonias se había convertida en una de las más productivas del mundo.
Hacia 1700, la mayor parte de los inmigrantes eran ingleses, pero poco a poco esta composición cambió. Si bien Inglaterra había promovido la salida de emigrantes durante la mayor parte del siglo XVII, a partir de ahora sólo lo hace con los elementos indeseables: vagabundos, pobres y prisioneros políticos y militares. En 1717 se hizo oficial: el propio Parlamento creó un nuevo castigo legal, consistente en la deportación al Nuevo Mundo. Al menos treinta mil criminales fueron así deportados a América durante el siglo XVIII, la mayoría de ellos a Virginia y Maryland.
Pero hacia finales de siglo las colonias empezaron a recibir inmigrantes de otras zonas, dando inicio a una de las polémicas más persistentes de la historia de la sociedad americana: los contactos entre grupos étnicos diferentes. Muchos de estos nuevos inmigrantes fueron hugonotes franceses, forzados a huir por la revocación del Edicto de Nantes por parte de Luís XIV. De Alemania y Suiza llegaron otros expulsados religiosos. Pero sin duda el mayor grupo de inmigrantes fue el escocés-irlandés. Véase como ejemplo que, en 1776, ya habían emigrado a las colonias más de doscientos cincuenta mil escoceses e irlandeses, por motivos fundamentalmente económicos.
Muchos, al llegar, querían instalarse en Nueva Inglaterra, pero las autoridades provinciales no les acogían de forma demasiado calurosa. De hecho, Nueva Inglaterra fue una auténtica excepción en cuanto a la composición étnica se refiere. El experimento puritano que allí se llevó a cabo trató de mantener, a toda cosa, una homogeneidad étnica que hiciera honor a su nombre, y a fe que lo consiguió. Los recién llegados se vieron obligados a pasar a Pensilvania, donde sí se les permitió la estancia, como en la mayoría de los futuros estados.
Sin embargo, el asentamiento de estos inmigrantes no creó, de por sí, una mezcla automática. De hecho, en sus inicios no se mezclaban mucho en las ciudades, sino que cada grupo se establecía en lugares separados y aislados unos de los otros. Muchos han dicho que el mapa poblacional de la América colonial parecía un mosaico: con alemanes, franceses, escoceses, irlandeses, judíos sefardíes, galeses, etcétera.
A medida que avanzaba el siglo XVIII, la diversidad étnica y cultural de las colonias se hizo aún más compleja. Además de los grupos mencionados, también llegaron inmigrantes de otras partes de Europa, como los holandeses, suecos y finlandeses, quienes se asentaron principalmente en las áreas de Nueva York y Delaware. Estos grupos trajeron consigo sus propias tradiciones, costumbres y habilidades, contribuyendo a la riqueza cultural y económica de las colonias.
La trata de esclavos africanos también tuvo un impacto significativo en la composición demográfica de las colonias. Desde principios del siglo XVIII, miles de africanos fueron traídos a América del Norte para trabajar en las plantaciones del sur. Esta inmigración forzada no solo aumentó la población, sino que también añadió una nueva dimensión a la diversidad étnica de las colonias. Los africanos y sus descendientes desarrollaron comunidades propias y contribuyeron de manera importante a la cultura y economía colonial, a pesar de las duras condiciones de la esclavitud.
El crecimiento de la población y la diversidad étnica también tuvieron implicaciones políticas y sociales. Las tensiones entre los diferentes grupos étnicos y religiosos a menudo llevaron a conflictos y rivalidades. Sin embargo, también surgieron movimientos de cooperación y solidaridad, especialmente en la lucha por la independencia de las colonias. La diversidad de la población colonial fue un factor clave en la formación de una identidad americana única, que combinaba elementos de muchas culturas diferentes.
En términos económicos, la inmigración contribuyó al desarrollo de nuevas industrias y al crecimiento de las ciudades. Los inmigrantes trajeron consigo conocimientos especializados en áreas como la agricultura, la artesanía y el comercio, lo que ayudó a diversificar y fortalecer la economía colonial. Las ciudades portuarias como Boston, Nueva York y Filadelfia se convirtieron en centros de comercio y actividad económica, atrayendo a más inmigrantes y fomentando el crecimiento urbano.
En resumen, la inmigración y la diversidad étnica jugaron un papel crucial en la transformación de las colonias norteamericanas durante el siglo XVIII. A través de la mezcla de diferentes culturas y tradiciones, las colonias desarrollaron una identidad única y una economía próspera, sentando las bases para el futuro desarrollo de los Estados Unidos.