Hispania, escenario de las Guerras Civiles de Roma
El siglo I a.n.e. fue un convulso período para la historia de Roma. Durante esta centuria se vinieron a desarrollar numerosos conflictos internos que terminaron desembocando en el final de la República Romana, para dar paso al Imperio. Y es que la progresiva concentración del poder en una sola persona daría al traste con el sistema republicano de dos cónsules como máximos magistrados. Lucio Cornelio Sila sería el político que primeramente marcara esta tendencia.
Entre los años 82 y 79 a.n.e., Sila ejerció la dictadura, instaurando las proscripciones y una amplia reforma constitucional. Reforzó el Senado, limitó con dureza el poder de los tribunos de la plebe y reorganizó los tribunales. Estas medidas agudizaron la fractura entre “populares” y “optimates”. El clima de violencia política alimentó las guerras civiles que también se librarían en Hispania.
Las consecuencias de esta personificación del poder serán varias guerras civiles: Mario y Sertorio contra Sila, Pompeyo contra Sertorio o César contra Pompeyo serían algunos de estos enfrentamientos. Y uno de sus principales escenarios, la Península Ibérica, muchas de cuyas regiones se hallaban en pleno proceso de romanización.
Las dos grandes provincias romanas de Hispania, Citerior y Ulterior, se crearon en 197 a.n.e. La Citerior abarcaba el valle del Ebro y el litoral mediterráneo con Tarraco como centro, mientras la Ulterior se extendía por el sur y el occidente atlántico. Este marco administrativo condicionó rutas, abastecimientos y mandos, y explica los desplazamientos de Sertorio y, más tarde, de César y Pompeyo.
El primer enfrentamiento civil que se produjo en Hispania tuvo como protagonista a Quinto Sertorio. Pertenecía, junto con Cayo Mario, al partido de los “populares”, que se enfrentaba constantemente en el Senado al de los “optimates”, a cuya cabeza se hallaba el propio Sila. El enfrentamiento le llevó a Sertorio a huir a la Península Ibérica, concretamente a la Hispania Ulterior, la más cercana al Océano Atlántico, en el año 81 a.n.e. Allí contó con el apoyo de los lusitanos, que llevaban pocas décadas bajo poder romano, después del asesinato de Viriato y la conquista del territorio. Para hacerle frente, Sila envió a la Ulterior a Quinto Cecilio Metelo, que persiguió a Sertorio por el actual territorio de Extremadura.
Sertorio, ya afianzado, organizó en Hispania un gobierno paralelo, con un Senado en el exilio de unos trescientos miembros. En Osca creó una escuela para los hijos de las élites indígenas, donde se instruían en latín y costumbres romanas, para asegurar fidelidades duraderas. Sus fuerzas combinaron guerrillas lusitanas con contingentes romanos veteranos. También alcanzó un acuerdo con Mitrídates VI del Ponto, coordinando intereses contra el régimen “sullano”.
A la muerte de Sila, el rebelado “popular” contó en la Península Ibérica con el apoyo de Marco Emilio Lépido, que llegó a Hispania con nuevos refuerzos. Sin embargo, un nuevo protagonista entraba en escena: Cneo Pompeyo, conocido para la posteridad con el sobrenombre de “Magno”. Perteneciente al partido de los “optimates”, fue enviado a Hispania para acabar definitivamente con la sublevación de Sertorio. Y así fue. En el año 72 a.n.e. Pompeyo cercó al rebelde en la ciudad de Osca (actual Huesca), donde terminó siendo asesinado.
La muerte de Sertorio fue fruto de una conjura dirigida por Marco Perperna Vento durante un banquete en Osca. Perperna asumió brevemente el mando, pero fue derrotado y capturado por Pompeyo cerca de Valentia en 72 a.n.e. Con su caída cesó la resistencia organizada de los sertorianos en la región.
Los partidarios de Sertorio se habían extendido por buena parte de la Península, ya que de un primer foco de rebelión en la Ulterior pasaron a la zona norte, cercana a los Pirineos. De esta manera, Pompeyo tuvo que combatirlos desde un campamento militar que tomó su nombre: Pompaelo (actual Pamplona). Tradicionalmente se atribuye a Pompeyo la fundación de Pompaelo durante la campaña, base logística en el alto Ebro, y la coordinación de operaciones con Quinto Cecilio Metelo Pío. Esta lucha se extendió por el nordeste y el levante peninsular. De esta manera, llegó a tomar ciudades como Sagunto y Valencia, para pacificar la zona. Y es que la rebelión “popular” de Sertorio había calado en Hispania por su activa oposición a los “optimates”.
En su vuelta a Roma y posterior ascensión política, Pompeyo se encontrará con un fuerte oponente: Cayo Julio César. El que a la postre llegara a ser “Dictador Perpetuo” de Roma también tuvo su protagonismo en la Península Ibérica. En el año 69 a.n.e. fue nombrado cuestor de la Hispania Ulterior. En este momento debemos situar el famoso episodio acaecido en Gades (Cádiz); al contemplar una estatua de Alejandro Magno, César se echó a llorar, pensando que a su edad, treinta y tres años, el macedonio había conquistado el mundo, mientras él todavía no había hecho nada.
Años más tarde, concretamente en el 61 a.n.e., César volvió a la Ulterior, esta vez como gobernador de la provincia. Desde el punto de vista territorial, avanzó hacia el norte cruzando el Duero; por mar, alcanzó las costas de Brigantium (Betanzos, provincia de A Coruña). Como gobernador y propretor en 61 a.n.e., dirigió campañas contra lusitanos y galaicos al norte del Duero, obteniendo botín, rehenes y prestigio militar. Su actuación consolidó posiciones romanas en la costa atlántica y en la Gallaecia interior. A su regreso a Roma solicitó el triunfo, pero lo sacrificó para poder presentarse al consulado del 59 a.n.e. Durante su gobierno, César llevó a cabo una serie de reformas que beneficiaron a la población local, lo que le granjeó un gran apoyo popular. Sin embargo, sus políticas también generaron resistencia entre los sectores más conservadores de la sociedad romana.
Pero el ascenso político en Roma de Julio César chocó de frente con los intereses de Pompeyo. Aunque en un primer momento formaran, junto a Licinio Craso, el “Primer Triunvirato”, finalmente se produjo el enfrentamiento entre ambos. Y, de nuevo, la Península Ibérica fue uno de sus escenarios; en concreto, Ilerda (Lérida) en el año 49 a.n.e. y la localidad de Munda (posiblemente, la actual Montilla, en Córdoba), en el año 45 a.n.e. En Ilerda, César cercó y forzó la rendición de los legados pompeyanos L. Afranio y M. Petreyo, perdonando a la mayor parte de sus tropas. En Munda, el ejército pompeyano estuvo mandado por Cneo Pompeyo, hijo de Pompeyo Magno, y por Tito Labieno, que murió en el combate. La derrota provocó el hundimiento rápido de la resistencia en la Bética, con la caída de Corduba. En este último emplazamiento tuvo lugar una de las batallas que decidió el triunfo de César en esta nueva guerra civil. Los partidarios de Pompeyo fueron derrotados, lo que inclinó la balanza a favor de su oponente.
Después de su victoria, César se convirtió en el amo indiscutible de Roma. Sin embargo, su poder absoluto y sus reformas radicales generaron un gran resentimiento entre los sectores más conservadores de la sociedad romana, lo que finalmente llevó a su asesinato en el año 44 a.n.e. A pesar de su muerte, el legado de César perduró y su sobrino y heredero político, Octavio, se convirtió en el primer emperador de Roma, marcando el final de la República y el inicio del Imperio.
Se ponía fin de esta manera a una larga crisis de la República Romana, que llevaría a la proclamación del Imperio, con Octavio César Augusto en el año 27 a.n.e. La Península Ibérica, que había sido un escenario crucial en estas luchas de poder, se integró plenamente en el nuevo régimen imperial, convirtiéndose en una de las provincias más importantes de Roma.