El rey Saúl
Saúl, nació en el año 1079 a. C y pertenecía a la pequeña tribu de Benjamín, siendo hijo de Cis. Fue un guerrero reconocido, apuesto, alto y humilde, que se erigió en el primer rey del reino unificado de Israel y Judá, liderando una sociedad agrícola y pastoril, habiendo sido ungido por el profeta Samuel, que fue el último de los Jueces, de la Tribu de Leví.
Saúl nació en un entorno humilde dentro de la tribu de Benjamín, una de las más pequeñas de Israel. Su familia, proveniente de la aldea de Guibeá, era conocida por su dedicación a las tradiciones israelitas. Este contexto forjó en Saúl un carácter marcado por una combinación de humildad y fuerza, elementos que resaltaron en su ascenso al poder. Desde temprana edad, Saúl demostró habilidades destacadas en la guerra y el liderazgo, atributos que más tarde le servirían para unificar las tribus y convertirse en rey.
Saúl era conocido por su estatura, que sobresalía por encima de todos los demás, y su apariencia física era impresionante. Su carácter humilde y su valentía en el campo de batalla le ganaron el respeto y la admiración de su pueblo. Pero a pesar de sus cualidades, Saúl también tenía sus defectos. Era propenso a los cambios de humor y a la ira, y su reinado estuvo marcado por la inestabilidad y la guerra.
La elección de Saúl como rey fue divina, en el año 1030 a. C, con la finalidad de que liberara a los judíos de los filisteos asentados en la costa de Canaán que pretendían invadir el territorio de Israel y asolaban el territorio desde que se instalaron 1200 años antes de la era cristiana, siendo muy adelantados en tecnología bélica y en el uso del hierro. Sin embargo, el nombramiento de este rey, que terminaría con el mandato de los Jueces fue aceptado por Yahvéh, ante la insistencia del pueblo, y no por su propia voluntad.
Saúl se distinguió en varias campañas militares, notablemente en la defensa de Israel contra los filisteos y otros adversarios, empleando tácticas innovadoras. En la batalla en Micmás, Saúl y su hijo Jonatán lograron una importante victoria al hacer retroceder a los filisteos, demostrando un ingenioso uso del terreno para compensar la inferioridad numérica. Esta victoria consolidó su reputación como líder militar eficaz.
Saúl estableció la capital en Jabes de Galaad y fue un rey valiente que luchó contra filisteos, ammonitas y amalecitas, ayudado por su hijo Jonatán, hasta que cambió y se volvió arrogante. Yahvéh se distanció de él, considerándolo desobediente, y le ordenó la entrada a la Corte de David, un pastor de ovejas, que fue ungido por Saúl.
La desobediencia consistió en no esperar a Samuel como había indicado Yahvéh, para realizar un sacrificio antes de la batalla contra los filisteos, pues se tardaba, y hacerlo él, tras esperarlo por siete días. Tres veces desobedeció Saúl, y otras tantas Samuel profetizó que Yahvéh lo reemplazaría.
La relación entre Saúl y Samuel fue fundamental y compleja. Aunque Samuel ungió a Saúl como rey, sus constantes desacuerdos sobre las instrucciones divinas minaron su colaboración. Samuel, siendo un profeta de gran autoridad, reprendió varias veces a Saúl por sus acciones impulsivas, reflejando las tensiones internas y las luchas de poder en el joven monarquía israelita.
David pronto logró muchos éxitos militares y la admiración popular, que pusieron celoso a Saúl, quien intentó asesinarlo, pero David pudo huir hacia tierras filisteas. Habiendo perdido la batalla del monte Gilboa a manos de los filisteos, alrededor del año 1010 a. C, tal como había sido profetizado, Saúl se suicidó para no caer prisionero. En el mismo evento perecieron tres de sus hijos.
La lucha interna de Saúl fue evidente en su inestabilidad emocional que, según algunas interpretaciones, pudo ser un reflejo de un desorden psicológico. Su ira repentina y episodios de melancolía pueden haber sido síntomas de una depresión no diagnosticada. Estas dificultades, en conjunto con las presiones del reinado y las expectativas divinas, afectaron su juicio y llevaron a decisiones precipitadas, como la persecución de David.
La muerte de Saúl marcó el fin de una era y el comienzo de otra. Su reinado, aunque marcado por la guerra y la inestabilidad, también fue una época de grandes logros. Bajo su liderazgo, el reino de Israel se expandió y se fortaleció. Sin embargo, su desobediencia a Yahvéh y su incapacidad para controlar sus emociones finalmente llevaron a su caída.
A pesar de sus fallas, Saúl es recordado como un rey valiente y un líder fuerte. Su vida y su reinado son un recordatorio de la importancia de la obediencia a Dios y de la humildad en el liderazgo. Aunque su reinado terminó en tragedia, su legado perdura en la historia del pueblo de Israel.