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Alejo I Comneno, Emperador de Bizancio

Publicado por Joaquín

mosaico de Alejo I ComnenoAlejo I, perteneciente a la familia Comneno, emperadores de Bizancio a principios del S. IX, accedió al trono mediante el uso de las armas. Hijo del sobrino del emperador vio como su padre rechazó la corona tras la abdicación del monarca y como otras dinastías, hasta cuatro, ocuparon el puesto de su familia durante 22 años.

Alejo se dedicó a la carrera militar y fue ganando galones en la guerra contra los selyúcidas y otros enemigos del imperio. Sin embargo, su éxito, que compartía con su hermano Isaac (mayor que él) hizo que Nicéforo III, de la dinastía Botaniates y que reinaba en esos momentos, empezara a ver con recelo su figura, temiendo que pretendiera el trono.

Los temores del gobernante se hicieron realidad, aunque también es verdad es que su hostilidad hacia los Comneno ayudo bastante, cuando Alejo e Isaac se levantan en armas contra su autoridad y toman la capital, Constantinopla. Nicéforo se ve obligado a abdicar y, ante la renuncia del mayor de los hermanos, es Alejo el que devuelve la corona a la familia. Es el 4 de Abril de 1081.

Su reinado estuvo repleto de problemas. Al acceder al trono ya tuvo que enfrentarse con, paradójicamente, ya que más tarde solicitó su ayuda, con los normandos. Roberto Guiscardo y Bohemundo, su hijo, habían realizado una campaña de conquista por las zonas occidentales del Imperio, conquistando Corfú y asediando Larissa. Comneno consiguió recuperar estas tierras, ayudado en buena parte por el fallecimiento de Guiscardo.

Igualmente se vio obligado a defender la Tracia. Allí, pechenegos, cumanos y bogomilos habían emprendido una invasión, aunque debieron retroceder ante el empuje de las tropas bizantinas.

Pero el principal problema que debería afrontar Alejo fue el continuo asedio que sus vecinos musulmanes hacían a su Imperio. Se ve obligado, incluso, a llegar a acuerdos que considera humillantes con los turcos selyúcidas. Alejo se da cuenta pronto que solo con sus fuerzas no conseguiría defender sus fronteras y entonces hace algo que cambiaría la historia (además de traerle muchos más problemas). Así, en 1095, solicita la ayuda de Roma para defender la cristiandad de oriente.

Hay que tener en cuenta que el Oriente y el Occidente cristiano habían estado enfrentados desde medio siglo antes. Sin embargo Alejo necesita de las fuerzas que pudiera enviarle Europa para defender Bizancio y no tiene más remedio que solicitar la ayuda del Papa Urbano II.

Lo que no esperaba el emperador en que su petición fuera atendida de la manera que lo fue. Tan solo esperaba la llegada de mercenarios que le apoyaran en su lucha y que no discutieran su mandato. Sin embargo, el Papa declara que toda la cristiandad debe ponerse en marcha. Y no solo para ayudar a Alejo (de hecho, eso casi ni se menciona), sino para recuperar los Sanos Lugares: ha empezado la Primera Cruzada.

La primera oleada que llega a Constantinopla, desarrapados, campesinos sin formación militar, niños…, esta capitaneada por Pedro el Ermitaño. Alejo, sabedor de los desastres que ha causado por el camino (saqueos, violencia…) se lo quita de encima como puede y se dispone a esperar a los soldados.

Sin embargo, tampoco la llegada de estos, conducidos por Godofredo de Bouillon, va a alegrar al emperador. Según su hija, la historiadora Ana Comnena, se produce un autentico choque de culturas entre los embrutecidos cruzados europeos y los más refinados y orientales bizantinos.

Alejo intenta, como buen oriental, jugar la baza de la diplomacia, elogios, dinero, comodidades, para conseguir cierta lealtad entre los caballeros francos. Pero, a pesar de que, finalmente, consiguió que le juraran lealtad (que luego no lo cumplieran es otra cosa), no le fue nada fácil.

De hecho, los cruzados fueron expulsados de la ciudad una buena temporada. A decir verdad, hay que señalar que se lo habían buscado ya que se dedicaron a saquear a placer. Aún hoy en día, en cualquier guía de Estambul, se puede ver que fueron más dañinos para la ciudad y sus monumentos que los propios conquistadores musulmanes.

En respuesta, Godofredo y los suyos se levantaron en armas un par de veces contra Comneno, hasta que al final recobraron la compostura y recordaron que su enemigo no era Bizancio, sino los musulmanes.

Alejo era, sin duda, un hábil político. Algunas veces con no demasiados escrúpulos. Durante la cruzada jugó muchas veces a dos bandas, negociando con los musulmanes a espalda de los cruzados (ya que las barbaridades de estos hacían preferible una dominación de Bizancio para los habitantes de muchas ciudades musulmanas o judías). Un ejemplo lo vemos en Nicea. Tras semanas de asedio cruzado, cuando la ciudad parecía rendida, los atacantes ven con sorpresa que, en sus almenas, comienzan a aparecer banderas bizantinas: Alejo había negociado la entrega de la ciudad directamente, antes de que entraran las tropas. En su favor conviene decir que los jefes cruzados tenían sus propias ambiciones territoriales y no estaban muy dispuestos a dejar sus conquistas en manos del emperador, sino que preferían gobernarlas ellos mismos.

Más tarde, en Antioquía, Alejo tuvo que enfrentarse a las ira de Bohemundo, uno de los jefes cruzados. Este pensó que Alejo lo había traicionado durante la toma de la batalla y le declaró la guerra. Por suerte todo quedo en unas cuantas escaramuzas, más verbales que otra cosa.

Los últimos años de vida del emperador fueron bastante más grises. Se convirtió en un auténtico perseguidor de herejes, sobre todo paulicianos y bogomilos. Por otra parte, continuó en guerra contra los turcos, una guerra que, como era habitual en la zona, estaba plagada de engaños, alianzas con los que habían sido enemigos para pasar a ser amigos y después de nuevo enemigos…

Igualmente vivió en sus carnes como era la política bizantina, ya que se entabló una auténtica batalla sucesoria. Su esposa y su hija Ana intentaban que el heredero fuera el esposo de esta última, mientras que su madre luchaba directamente por sus propios intereses.

Alejo muere en Agosto de 1118, con 70 años. Su largo reinado dejó al Imperio con sus posesiones en la Anatolia intactas pero no pudo impedir perder zonas de Siria y Palestina a manos de los cruzados.