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Los Virreyes del Río de la Plata

Publicado por Hilda

El Vireinato del Río de la PlataEl virreinato del río de la Plata, subsistió por el lapso de treinta y tres años, desde su creación, en el año 1776, por el rey español, Carlos III, ante el avance de los portugueses, problema que persistirá no sólo durante la etapa virreinal, sino luego de la emancipación, sucediéndose en el mando once virreyes, que eran la máxima autoridad en el territorio americano.

Don Pedro de Ceballos, es recordado como el primero de esa serie de virreyes, que llegó a América, desde, Cádiz, al mando de una gran expedición de aproximadamente 10.000 hombres y 116 naves, para luchar contra los portugueses, con el fin de reconquistar los territorios usurpados por ellos a la corona española, venciéndolos en 1776, en Colonia del Sacramento, resolviéndose provisoriamente la cuestión, con la firma del tratado de San Ildefonso (1 de octubre de 1777).

Había sido gobernador de Buenos Aires entre los años 1757 y 1766. Su gobierno como virrey, se extendió desde 1776 hasta 1778. Su cargo, que se duda si en un principio era provisorio o definitivo, adquirió este último carácter, sin discusión, a partir del 20 de octubre de 1777. desde allí, propendió al desarrollo de la ciudad de Buenos Aires sobre todo en materia comercial, permitiendo el ingreso al puerto de buques mercantes españoles, por aplicación de la Ley de Libre Comercio de 1778. Esta ley además promovía la construcción de naves, sobre todo, de alto tonelaje, autorizando a funcionar como puertos a los de Buenos Aires, Montevideo y Maldonado, y el establecimiento de consulados en dichos puertos.

El segundo virrey fue Don Juan José de Vértiz y Salcedo, nacido en México, y formado culturalmente en España, que fuera gobernador del Río de La Plata durante el lapso comprendido entre los años 1770 y 1777.

Fue designado virrey en 1778 para suceder a Ceballos, y realizó una labor tendiente a engrandecer a la ciudad de Buenos Aires, que contó a partir de su gestión con alumbrado público, y un muelle frente a su puerto. El hostigamiento al que era sometida la población a causa de las incursiones indígenas, lo motivó a organizar la defensa de los poblados. Su nombre de “Virrey de las Luces” por la instalación del alumbrado público, podría servir también para designar su ambiciosa obra cultural. Siendo gobernador en 1772 ya había fundado el Real Colegio de San Carlos, y la Casa de Niños Expósitos. Por su accionar, la ciudad contó con una sala de teatro por primera vez, en 1771, que se denominó “La Ranchería” y se pudieron imprimir libros y panfletos trayendo la imprenta que los Padres de la Compañía de Jesús tenían en Córdoba. Extendió en el virreinato el sistema de intendencias, aplicándose la Real Ordenanza de Intendentes de 1782 por la cual el territorio se dividió en ocho intendencias y cuatro gobernaciones militares. Incentivó la agricultura, los saladeros y la industria minera. Los establecimientos ganaderos, con excepción de los tambos fueron alejados de los alrededores de la ciudad de Buenos Aires. En 1783, instaló la Real Audiencia de Buenos Aires, por orden del rey Carlos III de España. Fundó ciudades como las entrerrianas de Concepción del Uruguay, Gualeguay y Gualeguaychú. Trazó una línea de frontera por el sur que subsistió hasta a independencia y por el norte, aseguró la frontera chaqueña. Persiguió a los vagos, mendigos, bandidos y tahúres, y creó la Casa de Corrección de Mujeres.

El tercer virrey fue Don Nicolás del Campo, Marqués de Loreto, quien ocupó el cargo el 7 de marzo de 1784, luego de que Vértiz presentara su renuncia. Continuó la labor progresista de su antecesor, nivelando las calles y empedrando la barranca de acceso al río, fomentando la agricultura, la ganadería, modernizando los puertos e incentivando los saladeros. Exigió la marcación de la hacienda y los cueros, y fomentó la exportación de trigo. Durante su mandato, se produjo la primera exportación de carne seca salada o tasajo. Inició una política de pacificación con los indios, basada en el intercambio comercial. Renunció el 4 de diciembre de 1789.

Fue Don Nicolás Antonio de Arredondo, prestigioso militar, que ya había ejercido como funcionario en Cuba, y gobernador en el territorio de la actual Bolivia, el cuarto en ocupar el cargo de virrey. Su desempeño, fue eficaz, logrando en materia de seguridad, la fortificación de Montevideo, y crear cuerpos policíacos. Impulsó la ganadería, introduciendo ovejas de raza merino, incrementándose la producción lanera. Además fomentó la minería. Comenzó el empedrado de la Plaza Mayor y de lo que es hoy, calle Rivadavia. Propició la exportación, además de cueros de vaca, de las de tigre, zorro, lobo y venado, y pieles de vicuña y chinchilla. Aunque nunca fue significativo el comercio de negros en la región, en 1791, su tráfico se declaró libre. En 1794, a petición de los comerciantes locales se instaló el Consulado de Comercio de Buenos Aires. Renunció un año más tarde.

Don Pedro Melo de Portugal y Villena, ocupó el lugar número cinco en la lista virreinal en el Río de la Plata. Su mandato se extendió desde el 16 de marzo de 1795 hasta el 15 de abril de 1797, fecha en que falleció, por un accidente, cuando cayó de su caballo, mientras se dirigía hacia Montevideo. Fue sepultado con su espada, en el Altar Mayor de la Iglesia San Juan Bautista. Militar de carrera, ocupó cargos políticos como gobernador e intendente antes de ocupar la cima de los cargos en el gobierno americano. Continuó el embellecimiento de la ciudad de Buenos Aires, con obras de empedrado. Reforzó las fronteras con los indios, y ordenó la fundación de la villa que llevó su nombre “Villa de Melo” (Hoy Melo, ciudad urugaya), el 27 de junio de 1795, que sufriría varias invasiones portuguesas. Para remediar las dificultades del desabastecimiento de granos, dispuso que se crearan depósitos de trigo. Mejoró la residencia del virrey, con suntuosos muebles, para iniciar la costumbre de la realización de reuniones sociales.

A don Pedro de Melo le sucedió Don Antonio Olaguer y Feliú, que fuera gobernador de Montevideo. Se desempeñó como virrey entre el 2 de mayo de 1797 y el 14 de mayo de 1799. El clima político-militar que le tocó en su contexto gubernativo no era demasiado propicio. Las ideas liberales de la Revolución Francesa comenzaban a hacerse sentir también en la zona del Plata, y los ingleses y portugueses, se mostraban como una amenaza concreta.

A este sexto virrey le continuó Don Gabriel Avilés y Del Fierro, que como obra destacable, que inició siendo gobernador de Chile, en 1796, reconstruyó el Hospital San Juan de Dios, en Santiago, el colegio jesuita de San Pablo volvió a funcionar, y continuó con una importante obra pública, sobre todo de empedrado. En 1799 fue nombrado virrey del Río de la Plata, cargo que ocupó por dos años. Liberó a los guaraníes del pesado sistema de encomiendas y estableció en las fronteras con los aborígenes, poblamientos españoles. En lo cultural, en este período, se creó el Tribunal del Protomedicato, para custodiar el buen ejercicio de la medicina, la escuela de Náutica y apareció el primer diario porteño: El Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Historiográfico del Río de la Plata que subsistió hasta 1802. En el año 1800 dejó este cargo para desempeñarse como virrey del Perú.

Don Joaquín del Pino, ocupó el número de orden octavo en esta nómina, y ejerció este cargo en el lapso 1729-1804. Fue un virrey que trascendió por su obra, ya que estimuló el comercio, instalando puestos de venta en la Recova de Buenos Aires, que mandó construir y amplió el puerto.

También concluyó la obra por la que se emplazó la plaza de toros y el empedrado de las calles, obra que continuó haciéndose efectiva, al igual que en los mandatos de sus predecesores. La amenaza portuguesa lo obligó a fortificar la frontera, e inició tratativas para mejorar la relación con la población aborigen. En materia educativa, creó las escuelas de Medicina y la de Dibujo. Puso especial énfasis en la explotación minera. Murió en 1804, habiendo designado como sucesor a Don Rafael de Sobremonte, que se listaría como el número 9, y que quedaría en la historia ocupando el primer puesto entre los virreyes que se destacaron por su cobardía. Esa fama se la ganó cuando huyó de Buenos Aires llevando los caudales públicos hacia Córdoba, donde había ejercido como gobernador-intendente, durante quince años, desde 1784, y había realizado allí una muy buena gestión, mientras los ingleses tomaban Buenos Aires, en la Primera Invasión Inglesa de 1806. Cuando le avisaron que los ingleses estaban entrando en la ciudad, el virrey estaba en el teatro, y dio la orden de que no se dijera nada, para no causar alboroto en el teatro. En apoyo de este tan criticado virrey, podemos decir que había una disposición que establecía que en caso de que la capital fuera atacada y su defensa se hiciera imposible, habría que trasladarse a Córdoba para organizar desde allí la defensa, y el tesoro público habría sido llevado con él para salvarlo del enemigo, siendo depositado en Luján (provincia de Buenos aires) antes de seguir rumbo a Córdoba, pero los ingleses se apoderaron de él, a cambio de la restitución de las embarcaciones. Puede sí objetarse que para la defensa de la ciudad no dedicó demasiados esfuerzos, ya que la organización para enfrentar a los ingleses no gozó ni de táctica ni de estrategias mínimas.

El 14 de julio de 1806, Sobremonte estableció en Córdoba la capital virreinal y allí preparó un ejército. La Reconquista estuvo a cargo de Santiago de Liniers, quien ganó gran prestigio por su accionar, y fue nombrado a cargo del poder militar, como comandante de las fuerzas, mientras la Audiencia tomaba el mando civil. Un Cabildo Abierto reunido en Buenos aires decidió la destitución del virrey Sobremonte, quien fue reemplazado por Liniers.

Fue Santiago de Liniers, el que ocupó el puesto número 10, de un listado que estaba llegando a su fin. Era un militar francés, de noble origen, al servicio de la corona española, que arribó a las tierras del virreinato del río de la Plata como comandante de una escuadrilla. Ya dijimos que fue el héroe de la Reconquista de Buenos Aires, y este hecho determinó su nombramiento como virrey con enorme popularidad, que pronto fue perdiendo ya que su carácter se mostró cada vez más reactivo y su moral fue cuestionada por sus relaciones escandalosas con Anita Perchón. Álzaga, también había logrado gran prestigio durante las invasiones inglesas, ya que fue el héroe de la defensa de la ciudad durante la Segunda Invasión, pues Liniers había sido derrotado en Miserere y Álzaga se negó a entregar la ciudad, que logró resistir con la ayuda de Liniers.

En el año 1807, los franceses pasaron por España e invadieron Portugal. La Corte portuguesa se trasladó a Río de Janeiro. Uno de los grandes objetivos del príncipe portugués era el río de la Plata, y en esa situación crítica su gobierno fue cada vez más difícil.

Desde Montevideo, su gobernador, el general Elío se opuso al gobierno de Liniers, estableciendo una Junta que gobernaría a sus espaldas. Álzaga, estaba también en el bando opositor. Su prestigio decayó aún más, cuando Napoleón invadió España, y su condición de francés lo hacía sospechoso de traición. En esa circunstancias fue reemplazado por el general de marina, Baltasar Hidalgo de Cisneros, que había participado en la oposición a la invasión napoleónica en España.

Su destino fue trágico, aliado a la causa española, luchó contra la liberación de las colonias americanas y fue fusilado por orden de la Primera Junta de Gobierno.

Baltasar Hidalgo de Cisneros, ocupó el último lugar, siendo el que terminó con el mando virreinal en el río de la Plata. Llegó a Buenos Aires el 2 de agosto y fue bien recibido por el pueblo.

En ejercicio de su cargo, que ejerció a partir de 1809, ordenó un censo de extranjeros, en forma secreta, que encubría la determinación de acabar con ellos. La cifra alcanzó el número de cuatrocientos. A pesar de observar el monto elevado con que se cubrían los servicios de las tropas los mantuvo, para preservar la seguridad, aunque luego tuvo que contentarse por razones financieras con reducir los cuerpos urbanos a dos batallones de patricios: los Montañeses de Andalucía y el de Arribeños. También creó el Juzgado de vigilancia política, para detectar posibles conspiraciones contra el poder español.

En materia económica había recibido instrucciones de beneficiar a los comerciantes españoles, que reclamaban derechos comerciales exclusivos. La llegada de barcos ingleses, a pesar del monopolio beneficiaba las arcas coloniales, lo que le acarreaba un conflicto de intereses, con los del Cabildo, el Consulado, y los comerciantes españoles, que exigían la vigencia del monopolio y el proteccionismo. El Consulado finalmente aceptó el proyecto de Cisneros de permitir el comercio con los ingleses, pero con enorme número de restricciones, que lo hacían prácticamente inoperante. En 1809, se sancionó el Reglamento de Libre Comercio, lo que produjo un gran crecimiento económico. Los focos revolucionarios de Chuquisaca y la Paz fueron sofocados por su orden, pero no pudo impedir que la prisión del rey Fernando VII, hiciera caducar su autoridad que emanaba de la corona, y fue reemplazado por la Primera Junta de Gobierno de 1810, establecida el 25 de mayo. Un día antes, una Junta rechazada por el pueblo y las milicias había establecido una Junta presidida por el propio Cisneros.