La Guerra de los Cien Años
Se produjo a fines de la Edad Media, entre los años 1337 y 1453, exactamente, 116 años, entre Francia e Inglaterra.
Los normandos que se habían establecido en Inglaterra, habían coronado a su descendencia como monarcas ingleses, quienes poseían en Francia grandes extensiones de tierra. Esta situación generó tensiones debido a la complejidad de lealtades y derechos territoriales que se entrelazaban entre ambos reinos.
Al extinguirse en Francia la dinastía de los Capetos, nombraron sucesor, al rey Felipe de Valois. Sin embargo, el conflicto por la sucesión no solo se limitó a la rivalidad entre Eduardo III y Felipe VI. La cuestión sucesoria también reflejaba una lucha más amplia por el control político y económico de Europa occidental, donde las alianzas y enemistades entre las casas nobles jugaban un papel crucial.
El rey Eduardo III de Inglaterra, pretendía el trono de Francia, alegando ser descendiente de los Capeto por línea materna, ya que su madre, Isabel, sería hermana de Luis, Felipe y Carlos, hijos de Felipe el Hermoso, y se sintió traicionado con la asunción de Felipe de Valois, quien asumió como Felipe VI. Los franceses habían alegado la imposibilidad de coronar a Eduardo III, fundados en la ley Sálica, que impedía la sucesión real por vía femenina. Este argumento legal fue utilizado estratégicamente para fortalecer la posición de Felipe VI y consolidar su autoridad en un momento de incertidumbre.
Además Francia, pretendió adquirir bajo su dominio a la provincia de Flandes, por razones de vasallaje. Flandes era una región de gran importancia económica debido a su industria textil y su posición estratégica para el comercio europeo, lo que incrementó las tensiones entre los dos reinos.
Eduardo, como venganza, acogió en su Corte a un pariente de Felipe, Roberto de Artois, que se había rebelado contra su autoridad. Ante esta situación Felipe invadió y se apoderó de Gascuña, propiedad francesa. Esta serie de provocaciones y represalias marcaron el inicio de un conflicto prolongado y devastador.
El ejército francés estaba integrado por nobles, el inglés por todas las categorías sociales. Esta diferencia en la composición de los ejércitos reflejaba las distintas estructuras sociales y políticas de ambos países. Mientras que Francia dependía en gran medida de su aristocracia, Inglaterra aprovechaba su creciente clase media y la participación de los campesinos en el esfuerzo bélico.
En la batalla naval de Sluys y en Crécy y Poitiers, los franceses sufrieron la derrota. Solamente París resistió a los años de miseria y opresión. Estas derrotas resaltaron la eficacia de las tácticas inglesas, especialmente el uso del arco largo, que permitió a los ingleses superar a las fuerzas francesas en varias ocasiones.
El rey Juan de Francia fue hecho prisionero junto a su Corte, y esto obligó a negociar el Tratado de Brétigny-Calais, firmado en el año 1360, por el cual Eduardo III recuperaba todas sus posesiones originales, con excepción de Normandía. Los ingleses obtuvieron a perpetuidad Guines, Marck y Calais. Este tratado, aunque temporalmente beneficioso para Inglaterra, no resolvió las tensiones subyacentes que continuarían alimentando el conflicto en las décadas siguientes.
Unos años de paz sobrevinieron al Tratado de Calais, y al reanudarse el conflicto, Francia recuperó algunos territorios, gracias a la acción de Bertrand du Guesclin. Este líder militar francés fue fundamental en la revitalización del esfuerzo bélico francés, utilizando tácticas de guerrilla y fortaleciendo la moral de las tropas.
La batalla de Agincourt significó una nueva derrota para Francia, y expuso a ese estado a la posibilidad de contar con un rey inglés: Enrique V. La victoria inglesa en Agincourt fue un testimonio de la habilidad táctica de Enrique V y de la continua eficacia del arco largo inglés.
Destacada fue la actuación de Juana de Arco, otorgando a las fuerzas francesas gran valor espiritual. Era una joven analfabeta, convencida de que una fuerza divina la impulsaría a liberar a su país de los ingleses. Consiguió liberar a Orleáns en 1429, obteniendo luego victorias en Troyes, Chálons y Reims, donde logró la coronación de Carlos VII. La figura de Juana de Arco no solo inspiró a sus contemporáneos, sino que se convirtió en un símbolo perdurable de resistencia y fe para el pueblo francés.
Luego de varias derrotas fue capturada por el duque Felipe de Borgoña, en 1430, donde fue acusada por hechicería ante los tribunales de la Inquisición y condenada a muerte en la hoguera, en 1431. Su martirio consolidó su estatus de heroína y mártir, y su legado continuó inspirando a las generaciones futuras.
En Francia, coexistían dos reyes: Carlos VII, que había sido coronado en Reims y Enrique VI, impuesto por Inglaterra, y, particularmente, por Felipe de Borgoña. Por la Paz de Arrás, firmada en 1435, un año más tarde Borgoña se reconcilió con Francia. Este tratado fue crucial para debilitar la posición inglesa en Francia y fortalecer la autoridad de Carlos VII.
El triunfo definitivo de Francia se produjo en el año 1453, donde recuperaron todos sus territorios, con excepción de la ciudad de Calais. Este año marcó el fin de la Guerra de los Cien Años, consolidando la monarquía francesa y permitiendo el inicio de un período de reconstrucción y renovación.
Luego de esta guerra, Inglaterra se vio sacudida por una guerra civil, la Guerra de las Dos Rosas, por las disputas que se originaron en torno a la sucesión al trono, que dividieron al estado en dos facciones. Finalmente, la dinastía Tudor, representada por Enrique VII, asumió el trono (1485). Esta guerra civil tuvo profundas implicaciones para el futuro de Inglaterra, estableciendo una nueva dinastía que llevaría al país hacia una era de estabilidad y expansión.