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Guerra Irán-Irak I: El comienzo

Publicado por Joaquín

Guerra Irán-IrakLa guerra entre Irak e Irán, que duró ocho largos años, está considerada como uno de los más sangrientos conflictos bélicos de las últimas décadas, con más de un millón y medio de bajas entre los jóvenes soldados de ambos bandos, agravada por el uso de armas químicas por parte de los iraquíes y de los niños utilizados por Irán para atravesar los campos minados en la frontera.

Lo cierto es que la enemistad entre los dos estados no comenzó en 1980, año del inicio de las hostilidades, sino que venía de tiempo atrás. Incluso existen historiadores que la consideran como el coletazo final de las disputas de los imperios persas y otomanos, agravadas por la división con tiralíneas que efectuaron las potencias coloniales de la zona.

Sin remontarnos tan lejos, si podemos apuntar varios frentes abiertos entre ambos países desde años antes de la guerra. Su frontera común siempre había tenido zonas en conflicto. Los dirigentes de los países intentaban hacer valer sus presuntos derechos utilizando todas las armas disponibles. Así, el Sha de Persia, en 1969, ya buscaba desestabilizar al gobierno iraquí animando y vendiendo armas a los grupos kurdos que, ya entonces, buscaban la independencia de Bagdad.

En 1975 los gobiernos intentaron, al menos de cara a la galería, limar sus asperezas. Así subscribieron un acuerdo en Argel que debía terminar con los litigios fronterizos: el Acuerdo reconocía las fronteras creadas en 1914. Igualmente exigía que los grupos armados que actuaban en los dos países no pudieran traspasar las fronteras y, por último, Irán obtenía una parte del canal de Chatt-el-Arabm lo que daba acceso a sus refinerías.

Pronto se vio que cada uno interpretaba el acuerdo a su modo. Irak consideraba que el río era suyo y no pensaba renunciar a él. Además, Irán siguió jugando la carta de la desestabilización, no solo con los Kurdos, sino con la inmensa población chii del país árabe.

La Revolución Islámica en Irán de 1979 no hizo más que apuntalar los motivos del conflicto, dándole además una pátina de lucha religiosa. La subida al poder del Ayatollah Jomeini, que por cierto había vivido en Bagdad catorce años durante su exilio y que consideraba al partido gobernante en Irak, el Baas, como una amenaza para el Islam, influyó de dos manera distintas pero coincidentes en su conclusión.

Por una parte, Irak pensó que la Revolución, que hundió al ejercito iraní al ser detenidos o expulsados una gran parte de los oficiales que trabajaban para el Sha, así como el fin de la ayuda soviética y, en teoría, americana al gobierno de Teherán, iba a debilitar lo suficiente a su enemigo como para que la guerra fuera un paseo para el bien engrasado (aunque, como hemos visto en los último años, sobrevalorado) ejercito iraquí. Podemos afirmar que fue un paso en falso dado por el mismo hombre, Sadam Hussein que, al igual que pensó que la conquista de Kuwait sería aceptada por el resto del mundo mediante la política de hechos consumados, creyó poder oponerse a los iranies sin problemas.

Por otra parte, como ya hemos comentado, el factor religioso azuzó a Jomeini a seguir desequilibrando al gobierno iraquí. Además, como suele pasar, Teherán utilizó la amenaza del enemigo exterior como método de unión y distracción de sus habitantes ante la crisis económica y política que siguió a la Revolución.

El resto del mundo, mientras tanto, jugaba entre la indiferencia y el cinismo más absoluto. Entre los países árabes, que en teoría deberían haber apoyado a Irak, cundió, como de costumbre, la división. Egipto, que era quien tenía todos los papeles de jugar el rol de líder en la región, se desentendió muy pronto del problema, agobiado por sus asuntos internos y su propia dualidad entre un gobierno laico y una oposición islámica.

Otros países árabes si manifestaron su apoyo, al menos mediante la venta de armas. Lo curioso desde el punto de vista étnico es que Siria (enfrentada a Irak a pesar de estar gobernadas por el mismo partido) y Libia apoyaron a Irán. Por su parte, Arabia Saudí y Jordania, preocupados por el posible avance del chiismo revolucionario dieron su apoyo a Irak.

Occidente, mientras tanto se comportaba según sus intereses comerciales. Francia, con muy buenas relaciones con el régimen de Sadam continuó vendiéndoles armas. De hecho, incluso financio una Central Nuclear sospechosa de producir bombas atómicas y que, poco después fue destruida por Israel en un bombardeo. Otros países, como España, se dedicaron, salomónicamente, a vender armamento a ambos contendientes.

Más complicada fue la posición de Estados Unidos. La subida de Jomeini al poder lo había dejado sin su mejor aliado en la zona y, por lo tanto, en un principio había apoyado a grupos antirrevolucionarios. Esto hizo que, de cara a la galería, Irak fuera declarada como su esperanza ante la revolución islámica y, por lo tanto, apoyará su posición en la guerra. El problema fue que, con el tiempo, se conocieron otras implicaciones más ocultas ante la opinión pública. Así, los papeles hallados en la Embajada estadounidense en Teherán tras el asalto a la misma, demostraron que los servicios secretos de los EE.UU habían proporcionado información al gobierno iraní sobre grupúsculos comunistas que se oponían a la Revolución, con la consiguiente represión de los mismos, con un gran número de ejecutados. Por otra parte, como quedo demostrado tras el juicio contra el General Oliver North que se llevó a cabo en los mismos Estados Unidos y que acabó con su condena, los norteamericanos habían suministrado armas a sus teóricos enemigos islámicos. Fue el célebre escándalo Irán-Contras, llamado así porque el dinero obtenido por ese armamento fue destinado a financiar a la Contra nicaragüense.

Por fin, con todo preparado para las hostilidades, el presidente iraquí,con el objetivo de conquistar Irán , convirtiéndose en el primer exportador de petróleo del mundo, así como de frenar los efectos de la Revolución de Jomeini, ordena atacar el país vecino el 22 de Septiembre de 1980.