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La dinastía merovingia

Publicado por Víctor

Bapteme de ClovisLos pueblos francos hicieron su aparición en la Historia en el siglo III d. C., merced a su contacto con los romanos. Las dos ramas de francos, salios y ripuarios, se asentaban a lo largo del Rhin, en la frontera con el Imperio Romano, y avanzaron sobre los territorios al norte del río Loira a principios del siglo V, cuando la vigilancia sobre los limes por parte de las tropas imperiales quedó descuidada, con motivo de las luchas intestinas entre romanos (usurpación de Constantino III).

El rey Meroveo (448-458 d. C.) fue el patriarca de esta dinastía de los francos salios, que ejercía su influencia sobre buena parte del norte de la Galia. Su nieto Clodoveo I (466-511 d. C.) fue rey de los francos y el primero de la dinastía merovingia, y con toda seguridad el más destacable por lo dilatado de su reinado y el alcance de su gobierno. Clodoveo I consiguió doblegar la resistencia de Siagrio en la batalla de Soissons (486 d. C.), de tal modo que anexionó al reino franco el dominio del último gobernador romano en la Galia (en la región de Picardía). Su política se dirigió también a vencer la resistencia de otros príncipes germanos que plagaban el mapa político galo, en un período en el que el rey franco, quizás por influencia de su esposa Clotilde (futura Santa Clotilde) se convirtió al catolicismo (496 d. C.), atrayéndose la simpatía de buena parte de los galorromanos y de la Iglesia Católica.

Habiendo batido definitivamente a los alamanes en el año 506, Clodoveo volvió sus esfuerzos sobre los visigodos asentados en Toulouse, arrianos a la sazón, a los que se enfrentó en Vouillé bajo la bendición del Papa, en el año 507, donde los francos se alzaron con una victoria decisiva que hubiera podido neutralizar definitivamente al pueblo godo, cuya existencia, no obstante, fue salvagurdada por la intervención de Teodorico el Ostrogodo, que hizo la guerra a los francos desde Italia, logrando conservar la Septimania para los godos.

Con la huida de buena parte de los godos a Hispania, el rey franco se convertía en señor indiscutible de la Galia, y trasladaba la capital a París, en un reino que abarcaba la Galia al completo (salvo la Septimania) y parte del sur de Alemania. A su muerte, según la costumbre de los francos salios, repartió el reino entre sus cuatro hijos.

Nacían así los reinos de Neustria, Austrasia, Burgundia y Aquitania, que rigieron los descendientes de Clodoveo en una larga etapa de inestabilidad política salpicada de guerras e intrigas. Los reyes merovingios tendían a reunificar los reinos mediante su lucha, a pesar de la fuerte tendencia descentralizadora de las aristocracias francas. Los reyes Clotario I (558) y Clotario II (613-629) lograron reunir bajo su soberanía los cuatro reinos.

El último monarca merovingio con poder suficiente para reinar sobre todos los francos fue Dagoberto I (629-639). En sus manos llegó a concentrar una gran influencia, que orientó al fortalecimiento de la monarquía, pero su temprana muerte y el nuevo reparto del reino entre sus hijos (que aún eran niños) facilitó el salto al poder de los mayordomos de Palacio, poderosos miembros de la aristocracia que ejercían un gobierno de facto en cada reino. Los mayordomos de palacio fueron apartando a los reyes francos (los “reyes holgazanes”) de las actividades gubernativas, hasta el punto de que la familia carolingia, de la cual formaban parte los mayordomos de palacio del reino de Austrasia, terminó desplazando a los merovingios de los reinos de Burgundia y Neustria.

Pipino de Heristal se convirtió en mayordomo de un reino franco unificado (687 d. C.). Su hijo Carlos Martel condujo diversas guerras contra sus rivales en las periferias del reino franco, e impidió la penetración musulmana en la Galia cuando en 732 d. C. derrotó a los musulmanes en la batalla de Poitiers. Pero no sería hasta la mayordomía de su hijo Pipino que se diese el paso definitivo para terminar con siglos de dinastía merovingia.

Pipino el Breve se convirtió en rey de los francos (751-768) cuando depuso a Childerico III, encerrándolo en un monasterio, y siendo ungido por un legado papal enviado por Esteban III. Childerico III (743-751) fue el último rey merovingio. Su alejamiento del solio regio inauguró una nueva dinastía, los carolingios, que en las décadas siguientes se convirtieron en los auténticos árbitros de Europa.